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En el elegante salón Neptuno del Hotel Palace de Madrid, donde el aroma del café recién hecho se entremezcla con el bullicio de periodistas, cámaras y fotógrafos, aparece Arturo Pérez-Reverte con una Revolución bajo el brazo.
El escritor, con su aura profesional y mirada penetrante, presenta su nueva novela ante una audiencia expectante. La historia de aventuras, un recorrido de aprendizaje a través de la geometría de las sombras, promete mantener al lector en vilo.
Alejado del prototípico héroe cansado, el joven Martín Garret encarna la inocencia y el desconocimiento de la delgada línea que separa la luz de la oscuridad.
Los periodistas, cual hábiles espadachines, plantean a Reverte una serie de preguntas que versan sobre el intrincado trabajo lingüístico, las fuentes de documentación, la influencia cinematográfica y su amor indiscutible por México.
En un ángulo del salón, sentada entre fastuosas mesas, una joven apura algunas notas en su Moleskine mientras saborea un crujiente croissant. De repente, un recuerdo nítido le sacude la mente como un relámpago:
Hace 26 años, en una inolvidable mañana de primavera en la Ciudad de México, Pérez-Reverte paseaba por la calle 5 de mayo en busca de su rincón habitual en la mítica cantina donde Pancho Villa dejó su huella en el techo.
Frente a un caballito de Herradura Reposado, el novelista contemplaba su colección de postales del archivo Casasola: Pancho Villa a caballo, Emiliano Zapata con su carabina en ristre, Adelita asomándose al tren revolucionario.
Y en ese mismo instante, unos zapatistas andrajosos desayunaban café con panecillos blancos en Sanborns Azulejos, la cafetería elegante de la época. Y ahí es donde todo encajó.
Aquel lugar y aquel recuerdo se plasmaron en un artículo del XLSemanal que, tres décadas después, se convertiría en el germen de Revolución.
Las fotografías de Sanborns, con su carga de sudor campesino, hombría y sueños rotos, inspiraron la trama de una historia de aventuras, tesoros, amistad, amores y batallas.
Algunos lectores saborearán esta Revolución con el recuerdo de aquel Desayuno en Sanborns, un desayuno impregnado del sabor de la victoria sangrienta, breve y triste.
Porque en la literatura, como en la vida, los recuerdos se transforman en novelas y las historias se escriben con la tinta de la experiencia.